sábado, 1 de marzo de 2008

SE CAYÓ DEL CABALLO


Iván de Jesús Pereira
El autor es abogado
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Castro pasa a la historia como uno de esos dictadores que de tiempo en tiempo asuelan a la humanidad. Desde su subida al poder aquel primero de enero de 1959 hasta la fecha, 49 años de dictadura y atropello.

Cayó el Caballo (así llaman a Fidel Castro los cubanos). Castro pasa a la historia como uno de esos dictadores que de tiempo en tiempo azuelan a la humanidad. Desde su subida al poder aquel primero de enero de 1959 hasta la fecha, cuarenta y nueve años de dictadura y atropello. De desprecio a los más elementales derechos humanos y de respeto a la dignidad del hombre.

De épico héroe en la década de los sesenta, cuando Hispanoamérica al igual que mi padre (sandinista de corazón) oía Radio Habana en la clandestinidad, como la voz del profeta. Hasta el drama del absurdo de todos estos meses. Donde el mundo contemplaba una momia que ni siquiera aparecía en público, pero que se resistía a abandonar las riendas del poder.

El hombre que entristeció a Cuba y le quitó su sonrisa. El mismo, al cual aquel poeta, historiador y ensayista Luis E. Aguilar (compañero de Castro en el colegio jesuita de Belén) mi maestro de Georgetown University, hizo que “se le murieran las palabras” y siempre en sus ojos se reflejase la tristeza.

¡El Caballo!, como decían las pequeñas comunidades de exilio cubano, que siempre nos apoyaron en los años de la guerra, radicadas en Jacksonville, New Jersey, el Bronx, y Manhattan, Tampa o la Pequeña Habana. Al pronunciar su nombre, la nostalgia y la tragedia florecían entre sus rostros.

¡El Caballo!, que despertaba encontrados sentimientos, mezcla de odio y de admiración, como el que tenía aquel “marielito” que vivía admirando y alabando “el sueño americano”, pero que en la cabecera de su cama conservaba la foto de Castro.

¡Y ahora la apertura! Les guste o no! Es lo único que les queda. Se tome el modelo chino de apertura en lo económico y dictadura en lo político. Pero a fin de cuentas, apertura. O se camine lentamente, pero sin retroceso, a una sociedad más libre y más humana.

El primer punto en esta agenda: los presos políticos y la libertad religiosa. Los innumerables condenados que el gobierno de Castro les ha negado todo derecho y que mantiene en las mazmorras. Es hora que las organizaciones pro derechos humanos empiecen a entregar las listas. Hora de que esos pobres desgraciados vean la libertad.

El segundo punto: el diálogo con el imperio: tan cercano como la distancia de Cayo Hueso a La Habana, que en noches de claridad se ven las luces de una u otra ciudad. Y tan lejano como las dos culturas, la sajona y la latina.

Un diálogo que puede ser impredecible, sobre todo si el próximo residente de Pennsylvania Avenue pueda ser un afroamericano, Barack Obama nacido en Hawai, criado en Indonesia, “en donde por sus calles, mezclado con hijos de granjeros, sirvientes, sastres y dependientes, perseguía pollos y huía de los búfalos de agua”.

Un nuevo presidente norteamericano, que proclama como monumento de transformación en la historia del mundo, la Declaración de Independencia de su país, pero reconoce, “que como pecado original del mismo, el hecho de que en la mente de los fundadores no incluían a los esclavos que trabajaban en sus campos, les hacían la cama y cuidaban de sus niños”.

¡Y no me vengan a decir de la ortodoxia y de todos esos cuentos! Que el Caballo, en sus últimas cartas, aflora su temor ante su muerte. Belén, el colegio jesuita, está clavado en sus recuerdos. Y la felicidad de los Reyes Magos es citada con nostalgia. Pero lo más interesante, como dice mi amigo Carlos Chamorro Coronel, el nombre de Jesús subyace en sus pensamientos, y aunque no se atreve a pronunciarlo, se refiere a él como el Carpintero de Nazaret.

La cosa está por verse. ¡Ojalá saquen nuestros gobernantes alguna lección de todo esto! El hombre, al decir de Amado Nervo parafraseando al Kempis, “pasa como las naves, como las nubes, como las sombras”. Al fin y al cabo, la cosa se puede resolver con un ferry, que salga de Cayo Hueso hasta La Habana, y de La Habana a Cayo Hueso, en donde la gente mientras vaya y vuelva, sonría y llore, llore y sonría, y no se vuelvan a morir de nuevo las palabras.